Historias de esperanza
Por la Lic. Elena del C. Moreno
I
Es domingo, faltan cuatro días para la Navidad. Acompaño al señor Carl, gerente de una empresa de capitales extranjeros, a entregar canastas navideñas a cuatro familias que tienen sus hijos internados en el Hospital Materno Infantil. Es norteamericano y está hace casi un año en Salta. Quedó varado por la pandemia. A través de un familiar me pidió ponerlo en contacto con personas necesitadas para compartir estos obsequios.
Conozco a Jésica, tiene 19 años y una pequeña hija –Aylén- de dos años y medio. Nació con el intestino corto y está internada desde siempre. Periódicamente su vida corre peligro por infecciones en la sangre. Su mamá me cuenta que hace pocos días caminó por los pasillos del hospital durante la noche. Es la primera vez, desde que llegó al mundo, que conoce el exterior de su habitación. Todo le produce miedo.
Una médica amiga propone el nombre de otros niños.
Está Dylan. Tiene la misma edad que Aylén y su mismo problema. Vive a su lado, en la otra cama de la habitación. Lo cuida su padre, un hombre treintañero que sólo trabaja esporádicamente, cuando la abuela puede cuidar al pequeño. La mamá de Dylan lo abandonó.
Pregunto al médico de guardia qué solución tiene el problema de los pequeños. Ninguna, por el momento. Sólo hay que esperar que crezcan y se desarrolle su intestino. A los doce años podrán salir de su hospitalización. Mientras tanto, están condenados a este encierro.
En la misma área del hospital se encuentran internados Cristian -de doce años- un niño aborigen, y Nelson -de dieciséis años-, ambos con problemas renales crónicos.
El señor Carl se ha ocupado de pensar en las necesidades de estos niños y sus familias. Y se acercó, con sencillez y humildad, a entregar su presente. Cada uno recibió un juguete y bolsas de alimentos, incluidos los dulces tradicionales de las fiestas de fin de año. Por protocolo, no pudimos ver a los pequeños. Sus padres recibieron -agradecidos y sorprendidos- tantos regalos.
Ha sido un vaso de agua en medio del desierto. ¡Pero qué importante es saber que alguien está dispuesto a dar esa agua cuando estás sediento! La vida se siente menos dura, el corazón se reconforta, es el abrazo amigo de un desconocido. Y la alegría la experimenta quien da y quien recibe.
Han pasado tres días, estamos en vísperas de Nochebuena. Es un día sobrecargado de trabajo. Estoy por experimentar, una vez más, la onda expansiva del bien.
II
Luciana -de 26 años- es cálida, simpática, amorosa. Dejó de tener relación con su padre a los cuatro años, cuando su madre se separó y vinieron a vivir a Salta. Aquí forma una nueva familia, y su padrastro asume para Luciana un rol de papá “excelente”. Su mamá fue operada varias veces de la columna por mala praxis. Paulatinamente su salud se fue deteriorando más y más, hasta padecer dolor crónico y discapacidad motora. Luciana –en plena adolescencia- comienza a asumir el rol de mamá con sus tres hermanos menores. En terapia descubre –con enojo- cuán sumisa era. Su padrastro tenía la costumbre de salir por las noches con sus amigos y, muchas veces, regresaba alcoholizado. Luciana esperaba, despierta, su regreso. Quería evitar las discusiones y peleas con su mamá enferma. Se recuerda a los dieciséis años así. Me dice:
-¿Te acordás que yo lo esperaba despierta de madrugada? Una noche él regresó borracho. Yo estaba sentada en la cocina. Me dijo: “No hagás ruido, quedate callada para que no se despierte tu mamá.” (Se queda callada, su garganta se cierra con un nudo y sus ojos se llenan de lágrimas). Me mira, tratando de encontrar una respuesta en mi rostro serio.
-¿Te quiso abusar?
-Sí, me da tanta vergüenza decirlo… (Llora angustiada). Yo era chica, no entendía nada…
-¿Querés que te abrace?
Asiente con su cabeza. Me paro a su lado, me rodea con sus brazos y se aprieta contra mí. Abrazo sus hombros y su cabeza. En ese momento soy su madre, soy su abuela, soy su padre ausente que debía protegerla, soy su hermana, soy su amiga, soy todas las mujeres abrazando a todas las mujeres abusadas. Le doy un beso en la cabeza y le digo:
-Gracias por contarme.
-Pensé que me iba a llevar esto que me pasó a la tumba. Sentí confianza de contártelo.
-Gracias por contarme. A partir de ahora estás empezando a sanar.
Luciana ha comenzado a reescribir su historia.
III
Karina tiene 36 años y una hija de 18, Agustina. Este año ha sido realmente estresante para ellas.
Agustina nació prematura, con sus riñones sin desarrollar y estuvo a punto de morir. Tiene hipoacusia y retraso madurativo. A los seis años fue trasplantada. En enero, el riñón comenzó a funcionar mal. Necesita, con urgencia, otro trasplante.
Karina es batalladora, tiene carácter fuerte y es obstinada. Su madre falleció hace 6 años. La tuvo a ella cuando apenas tenía 16 años. Sus padres se separaron cuando tenía 4 años. Y hace dos, su papá la llamó para decirle que tenía dudas que ella fuera su hija. No quiso volver a hablar con él. Sólo en terapia pudo darse cuenta que realmente, por la edad que tenía su madre al concebirla, algún motivo la llevó a realizar una maniobra para ocultar la paternidad de su bebé.
Karina fue tomando conciencia del grave daño que causan las mentiras, los secretos, los abusos, los ocultamientos en la vida de las personas. Sospecha que alguna de sus tías sabe la verdad.
Hace un mes su pareja fue operado de un tumor cancerígeno en la tiroides. Está realmente estresada. Me dice:
-Me salió un nódulo en el pecho. No es maligno. El médico me dijo que me tiene que operar.
-¿En qué pecho te salió?
-En el derecho.
Le señalo ese lado del cuerpo representa al padre y la relación con lo masculino.
Le doy consejo de mamá: consultá con otro médico…Se va agradecida.
Son las 23 hs. y estoy corrigiendo exámenes. Me llega un Whatssap de Karina.
-Elena, discúlpame la hora, pero es algo muy importante. Ya sé quién es mi papá. (Un emoji llorando). Tengo una paz que no te puedo explicar. Y hablé con él.
-¿Me querés llamar?
-No, sólo quería compartirlo con vos.
-¡Me alegra muchísimo!
-Descansá. Sólo que estoy en paz.
-La verdad te libera de muchas cargas.
-Tal cual. ¡Gracias! Seguro va a ser una Navidad distinta.
-¡Abrazo fuerte!
Alguien rompió el secreto. La familia está comenzando a sanar.
Hay paz. Alegría. Verdad. Bondad. Comprensión. Solidaridad. Compasión. Confianza. Cariño. Gratitud. Humildad.
Hay esperanza.
No me caben dudas. Es Navidad.
Lic. Elena del C. Moreno
25 de diciembre 2020