Hebert Alberto Betancourt Rodríguez
El circo presentó la anunciada función. La gente atiborrada esperaba que apareciera el show central. Era el de un Mago muy hábil con sus manos y con su sombrero. Contaban que hacía aparecer lo que el público pidiera, su destreza no tenía límites.
Asomó en la tarima y dijo: — ¡Pidan un deseo! — y al mismo tiempo se inclinó en reverencia al público.
— ¡Una bandada de palomas! — gritó la gente y, ¡abracadabra! el actor las sacó de su sombrero. Después, pidieron dinero y en respuesta llovieron billetes sobre la multitud.
— ¡Flores! ¡Flores! ¡Flores! — exigieron las muchachas y el circo se convirtió en un jardín y la función se tornó en un gran espectáculo, que superó lo contado por la gente.
Las mujeres se enamoraron del ilusionista y le aclamaban con exaltación, pero el artista dedicó su atención solamente en ella.
— ¡Hocus Pocus, todo me entrego a ti! —le dijo a la señorita mientras hincaba la rodilla ofreciéndole una flor especial.
—Gra…cias — tartamudeó ella y dibujó una sonrisa tímida y enamorada.
— ¡Ábrete sésamo! — intervino otra vez y le entregó un tierno conejo blanco de verdad. Al mismo tiempo, el público eufórico se entretenía con las ilusiones de la presentación.
— ¡Qué bello! —dijo ella y se miraron ilusionados con un sentimiento que no era parte de la función, sino el renacer de una nueva vida con sueños más verdaderos.
La joven recordaba la instrucción que sus padres le habían dado sobre la elección de un esposo. Debía ser un hombre que pudiera proveerle una buena vida. Era por su bien y por el de los futuros hijos. Sería muy obediente e inteligente escoger a un mago, porque él perfilaba a un esposo fantástico, un príncipe azul. Sería el marido apto para construir una familia ideal con muchos hijos. No habría dificultad para obtener lo que quisieran, solo bastaba la voluntad de su amado. Ningún hogar podría ser más dichoso que el de ellos, la felicidad saldría de sus maravillosas manos y de su sombrero.
Los preparativos del matrimonio salieron de acuerdo con lo planeado. En la boda el prestidigitador hizo aparecer la gran celebración como por arte de magia. Organizó decoraciones de flores hermosísimas que se distribuían por el salón del festejo, música de dioses para olvidar, danzas hasta el amanecer, y comida deliciosa y abundante. Regalos innumerables de diversos tamaños conforme a las futuras necesidades de la pareja. Dispuso anillos de oro puro con piedras preciosas para los votos sagrados y, un hermoso vestido blanco adornado con toda clase de joyas que luciría la prometida como si fuera Afrodita. Y, al final, Badabin Badaboom, los convidados se fueron contentos a casa, excepto las amigas de la novia que se habían llevado el corazón herido por la envidia.
Sin embargo, al pasar de los años, sin que nadie se lo imaginara, la muchacha cayó en depresión. Aún, teniendo todo, le faltaba algo.
—Cariño, no tengo a quien más entregar mi amor y he hecho toda la magia que está en mis manos, hasta acabar con mis mangas. —exclamó el astrólogo mientras hurgaba en lo más profundo de su sombrero. —Quizás no soy el mago que esperabas.
—Querido, eres un mago de verdad—y desapareció un par de lágrimas de sus mejillas. —Pero, la magia nunca sentirá dolores de parto.

Desnudo azul de Pablo Picasso
Lee más del autor en el siguiente enlace:
A veces la realidad, aunque dolorosa, tiene mejores experiencias.
La realidad aunque parece lo más factible y certera duele pero aveces es bueno un poco de magia de ahí surgen las buenas ideas